Por Sergio Cesarín, investigador CONICET-UNTREF.
CLARIN
Desde comienzos del siglo XX China se ha transformado en motor económico regional en razón de su sostenida demanda importadora de bienes y materias primas y por ser fuente de inversiones, proveedora de financiamiento y proveedora tecnológica. En una América Latina y Caribe (ALC) tiznados por el color político típico de gobiernos considerados populistas o de centro izquierda, una fase de recuperación económica, diversificación de vínculos externos y mayor autonomía respecto a los Estados Unidos, fueron patrimonio de una China que pasó de ser un mercado marginal a ser el segundo socio comercial representando el 13,7% de las transacciones externas latinoamericanas (U$S 263.000 millones en 2016). En el contexto de altas tasas de crecimiento, del orden del 9% anual, China traccionó el crecimiento regional gracias a su ingente demanda de materias primas y recursos naturales; hecho que habilitó la implementación de políticas redistributivas y enfoques neokeynessianos en varios países de la región.